A causa de su formación, y desde el principio de su carrera, Jordi Colomer se interesa por las arquitecturas urbanas, por la modernidad de viviendas tradicionales, como en Arabian Stars o, a veces de forma muy crítica, por la postmodernidad de edificaciones contemporáneas, como en Anarchitekton (2002-2004); también lo hace por los contrastes temporales, sobre todo entre la época medieval y la época actual. Sin embargo, fue primero al ver Le Mura di Sana’a (1971) de Pier Paolo Pasolini, un documental en forma de llamada a la UNESCO para que salvaguardara el patrimonio arquitectónico yemenita, cuando Jordi Colomer sintió el deseo de realizar una obra en los desiertos del Yemen y algunas de sus ciudades, como Sana’a, Shibam o Aden.
Además de aquella increíble belleza plástica, como olvidada por la historia, ese país ofrece hoy en día unos contrastes absolutamente contemporáneos, pero a la vez igualmente fascinantes: “El Yemen parece una sociedad medieval con gadgets posmodernos”, escribe Jordi Colomer en una entrevista
1. Se trata, en efecto, de una sociedad paupérrima, que conserva la herencia de las identidades tribales y se enfrenta a una frágil situación económica, a una demografía en expansión y a una actividad industrial muy poco desarrollada. Con todo, aunque el país parezca carecer de fábricas, entre sus habitantes circulan objetos como teléfonos móviles o artículos de plástico venidos de China o de la India.
El decorado de este falso documental es tan importante como los actores de esta falsa ficción. En Arabian Stars, el desierto, pero también las viviendas urbanas, parecen irreales, aunque estén habitadas por las personas que caminan frente a la cámara como improvisados actores de la performance del vídeo. En cada uno de aquellos edificios viven varias generaciones de toda una familia, y esas construcciones van creciendo verticalmente a medida que aumenta la descendencia. En una de las secuencias rodadas en Sana’a, el largo y lento desplazamiento del camión donde está situada la cámara cobra aún más importancia porque nos permite ver y observar esta arquitectura tan singular, una especie de rascacielos de tierra en medio del desierto.
Los “actores” no son otros que los habitantes de las ciudades, más a menudo varones, que van pasando al azar del viaje –ya que las mujeres son sin duda menos visibles en el espacio público. Llevan rótulos de cartón pintados de llamativos colores, con palabras escritas en árabe. Se trata de nombres tanto de personalidades yemenitas conocidas en la cultura local como de famosos occidentales, reales o procedentes de la ficción, traducidos fonéticamente. Aunque esta mezcla pueda dar gozosamente cuenta de un encuentro entre un artista europeo y una población de Arabia, también resalta una incomprensión mutua: no conocemos los poetas contemporáneos Mohamed Al Zubeiri y Abdullah Al Baradoni, ni el cantante Abo Bakr Saalem o la ministra de Derechos humanos Amat al-Alim al-Susua, del mismo modo que no es evidente que los portadores de los rótulos sepan identificar a la perfección James Bond, Barbie, Astérix, Santa Claus, Che Guevara, Mies van der Rohe o Picasso, si bien conocen a Pikachu, personaje de dibujos animados japoneses.
Dentro de cada conjunto de nombres, yemenita y occidental, se produce una similar equiparación: los jugadores de fútbol están al mismo nivel que los poetas, y los personajes políticos tienen derecho a la misma consideración que la de los héroes del cine o los cantantes. Así como la cultura de masas puede introducirse en una sociedad sin jerarquía de valores, se van confundiendo los tiempos, los espacios y los registros. Ésa es, podríamos decir, la constatación postmoderna establecida por Arabian Stars, acompañada por sus connotaciones eventualmente críticas: la omnipresencia de una cultura occidental dominante, en la que todo se ha convertido en espectáculo y mercancía, frente a una cultura local ancestral.
Con todo, Jordi Colomer enfatiza las ambigüedades generadas por Arabian Stars, mediante su tipo de realización y las condiciones de su presentación: una colaboración real que no excluye una profunda diferencia, un cruce de registros antes que un discurso unívoco, tal como lo sugiere la ambivalencia de su título. Según ocurre a menudo, la faceta burlesca de su obra se debe a la consciencia compartida de estas ambigüedades, porque el efecto de paradoja por resolver pertenece al ámbito de un humor de lo absurdo.
Jordi Colomer forma parte de esa generación de artistas que transforman el mundo en un taller a cielo abierto donde se inscriben los proyectos, tanto si es en Rumania, Brasil, Japón, y España para Anarchitekton, en Yemen para esta instalación, o en Chile para la reciente En la pampa, intentando alcanzar cierto concepto de universalidad al enfrentarlos con las situaciones locales.
Los tres parámetros en combinación –decorado, guión, actores– son representativos de las diferentes maneras de operar en los límites entre el arte, lo real, lo ficcional, reveladores de una estética postestructuralista contemporánea. Al ser rodadas en un decorado real, las obras de Jordi Colomer podrían situarse en el sector del documental. Al poner en escena personajes, aquí un grupo de niños, y al pedirles que interpreten un papel, la obra podría pertenecer a la ficción, como un cortometraje. Al estructurar Arabian Stars según un ritmo personal y al crear un dispositivo específico para su representación (paredes de tono verde claro, color de los interiores yemenitas, y tantas sillas desparejadas como portadores de rótulos), Jordi Colomer atribuye a esta instalación un destino poético, un destino fruto del entrelazamiento de estos tres registros. Una cierta visión del mundo (no es anodina la elección de países y ciudades), una relación personal con los falsos actores que, más que interpretar un papel, llevan a cabo una performance, y una atención especial hacia los parámetros de recepción de la instalación en el museo se van entrecruzando en el seno de Arabian Stars.
Como lo escribe Jacques Rancière en Le Destin des images: “Lo que se puede entonces llamar propiamente destino de las imágenes es el destino de este entrelazamiento lógico y paradójico entre las operaciones del arte, los sistemas de circulación de la imaginería y el discurso crítico que remite a su verdad oculta operaciones de uno y formas de otro.”
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1. “De Picasso a Pikachu. Una conversación entre Jordi Colomer y William Jeffett”, en Jordi Colomer. Arabians Stars, Salvador Dalí Museum, St. Petersburg, Florida (USA) / Museo nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid, 2005, p. 144-151.
2. Jacques Rancière, Le Destin des images, Paris, La Fabrique, 2003.