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Jordi Colomer
Heroes (para mexico), 2009
Martí Peran
ZAMÂN- Hiver 2011- #4
En la desmedida descripción de la masa que elabora Elias Canetti, los montones aparecen como una de sus representaciones menos ambiguas. En lo amontonado subyace, de una forma inequívoca, la fruición de la cosecha tras la actividad colectiva: “En fiestas celebran los hombres su alegría sobre los montones que han logrado. Los exponen con orgullo. Con frecuencia las fiestas se celebran en derredor de estos montones”. Parece que la exhuberancia y riqueza que denota el montón garantiza la bonanza para hoy y el porvenir de una siembra nueva; o incluso que, en el montón, resida la posibilidad misma de la vida. Con una lucidez muy cercana a estos supuestos Jordi Colomer también ha levantado numerosas acumulaciones; montones de cuerpos, montones de cajas, de colchones, de latas. Como en Canetti, nada en estas acumulaciones evoca el exceso y el desperdicio. Por el contrario, los montones de Colomer abrigan un cierto carácter de ofrenda de fragmentos; una suerte de celebración de la única construcción (narración) posible: la que convoca pedazos, la que agrupa retazos, la que aúna retales . De ahí que, como sucediera a los ojos de Canetti, en cada montón duerma una promesa retenida, una nueva posibilidad de habla.
Montones de piñatas. Piñatas apiñadas. La cuestión consiste en dilucidar que posibilidad de ficción permanece en espera, que suerte de relato se mantiene aquí en la reserva. Por lo pronto, tratándose de piñatas, la pulsión festiva que anunciaban los montones parece garantizada. Hoy las piñatas representan en México una arraigada tradición popular para las fiestas infantiles, pero su origen está vinculado con la evangelización colonial. En aquel contexto el destino de las piñatas no eran solo los niños, sino la ingenuidad infantil que se presupone a cualquier indígena. Todos como niños agolpados alrededor de la piñata para dar fe de su conversión. En realidad, la explícita utilización de los niños en el proceso de cristianización se produjo al fomentar con ellos una política de denuncias frente a la idolatría que tanto se resistía a la colonización. Mediante relatos terroríficos, los religiosos promovieron la confesión infantil que condenaba a sus progenitores, rompiendo con ello los nexos generacionales y de solidaridad. Sin embargo, nada pudo extirpar las prácticas idólatras.
El montón de piñatas reproduce toda suerte de personajes. Animales y payasos se combinan, de forma ya civilizada, con los héroes infantiles exportados desde la metròpolis del Tratado de Libre Comercio. Batman y Buzz Lightyear se adecuan sin dificultad a la actitud hierática que caracteriza a todas las figuras dispuestas como auténticos ídolos. El nuevo colonialismo de la imperialidad, cual consumación del dominio sobre los imaginarios, ya no batalla sino que, por el contrario, promueve la adoración politeísta a las imágenes que le permiten capturar mercados y acelerar la colonización de la imaginación. Ya no es menester que los niños ejerzan la traición sino que, por el contrario, se convierten en los mejores agentes para una plácida diseminación de un relato único. Pero en el montón “la masa retenida espera”, quizás, la fiesta de los condenados de la tierra.
1 Elias Canetti. Masa y Poder. (1960). Alianza Editorial. Madrid, 1999. p.102
2 Las piñatas, de remoto origen asiático y tras sucesivas adaptaciones, llegan a México de la mano de los misioneros agustinos españoles en el siglo XVI. Al decir de la versión más difundida, las piñatas originales representaban los pecados capitales que habrían de ser derrotados con el garrote de la virtud. En esta tesitura, las frutas y caramelos del interior de la piñata tan pronto remitían a las tentaciones y placeres terrenales como se interpretaban al modo de premio por la demostración de la fuerza de la fe.
3 Carmen Bernand. “Imperialismos ibéricos”. En Marc Ferro (ed). El libro negro del Colonialismo (2003). La esfera de los libros. Madrid, 2005. pp 190-191. Sobre las dificultades para erradicar la idolatría durante el colonialismo véase especialmente Serge Gruzinski. La guerre des images. Fayard. Paris, 1990.
4 Al decir de David Slater, la “imperalidad” representa la última fase del colonialismo, aquella en la que la intervención exterior se concentra, tras “cristianizar” y “civilizar”, en las políticas de “desarrollo” que garantizen la incorporación de los paises periféricos a la economia global . (Geopolitics and the Post_colonial: Rethinking North-South Relations. Oxford.Blackwell. 2004. pp.52-54.)
5 E.Canetti. Ob. Cit. p.33
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